"... El de la infidelidad es un mundo amplio y variado, hasta tal punto en que abundan las teorías sobre ella [...].
Los componentes de una pareja pueden prometerse ser fieles el uno al otro. Y pueden cumplir su palabra a lo largo de tiempo. ¿Qué significa eso? En sí, nada. Quizás se trata de personas que respetan la palabra prometida. Acaso su temor a las consecuencias de un engaño es más fuerte que la tentación de cometerlo. O tienen firmes creencias acerca de los votos matrimoniales, al margen de que el suyo sea, o no, un matrimonio formal. O acarrean historias personales o familiares que no quieren repetir. En definitiva, mantener una promesa de fidelidad no representa un testimonio de amor. Esas dos personas pueden ser sexualmente fieles sin amarse, maltratándose a través de palabras y conductas, mientras sueñan con deshacerse del otro.
En cambio, cuando la vida con otro está asentada sobre los pilares de la confianza, el respeto, la mutua predisposición asistencial y la intimidad nutricia, se crea una atmósfera y una energía amorosa que consolida, preserva y fertiliza el espacio común. No habrá lugar allí para un tercero. No es la simple aparición de un tercero -por muy deslumbrantes que sean sus características- la que provoca un acto de infidelidad. El tercero se introduce en un espacio que está disponible para él o para quien sea. Él/ella viene a representar -lo sepa o no, esté capacitado o no- algo a lo que el infiel aspira o necesita y siente que su vida en pareja no le proporciona [...].
Como tantos otros hechos en la vida, la infidelidad ocurre. Negarla no ayuda a comprenderla. Lanzar anatemas sobre ella, tampoco. Hay episodios de infidelidad que, en una relación donde ha prevalecido una atmósfera de respeto, de afecto y de cuidado, pueden ser trances dolorosos pero reparables. El ahorro afectivo que se ha acumulado en el vínculo puede ser invertido en esta reparación. Y hay episodios que se inscriben en climas de guerra, de maltrato emocional, de descuido y de desamor -o que se ejecutan de esa manera-, de los cuales no suele haber retorno, más allá de que la pareja no encuentre la manera de separarse [...].
En todo caso, antes de encarar el tema con consignas y encasillamientos morales, que castigan pero no resuelven, propongo observarlo bajo esta perspectiva: cuando se construye una convivencia armónica, uno más uno da como resultado vivir con otro y no tres. Y esto, insisto, no es producto de promesas previas, porque se pueden prometer conductas -y cumplir con ello-, pero no sentimientos [...].
Sin embargo, existe un pacto posible que podría expresarse así: Prometo ser honesto contigo, tratarte con respeto, escucharte con atención, no prejuzgarte, no atribuir a tus actos intenciones que desconozco, estar dispuesto a ayudarte en lo que me sea posible y hablar con siceridad aunque tenga que decirte algo doloroso. Son todas ellas conductas, es verdad. Aunque en este caso, la suma de las mismas contribuye a generar una tierra fértil para el amor.
Y cuando el amor fecunda un vínculo y echa raíces en él, la fidelidad es una consecuencia natural y gozosa..."
(Sergio Sinay. EL ARTE DE VIVIR EN PAREJA)